An English version of this post follows below.
Esta publicación es parte de una serie de blogs en apoyo a la campaña de las #MujeresRurales, dentro del contexto de la iniciativa “Mujeres rurales, mujeres con derecho” coordinado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). El siguiente artículo se desprende del 1er Working Paper del programa de Latinoamérica, “Food Systems, Obesity and Gender in Latin America” de Patricia Biermayr-Jenzano. El documento ilustra los diferentes roles, oportunidades y obstáculos particulares que las mujeres realizan y enfrentan en los distintos ámbitos del sistema alimentario, desde su posición como productoras así como consumidoras.
Con más de la mitad de la población de América Latina afectada por sobrepeso (58%) y una cuarta parte (23%) por patrones de obesidad, América Latina atraviesa una crisis de salud sin precedentes que se observa en la mayoría de los países de la región (FAO 2017). Esta situación se presenta con más frecuencia entre las mujeres que entre los hombres. En general, la región enfrenta lo que da en llamarse la triple carga de la desnutrición, porque además del sobrepeso y la obesidad, también existen problemas de desnutrición y deficiencia de micronutrientes. Este blog discute algunos de los vínculos existentes que conectan el sistema alimentario, las tendencias del sobrepeso y la obesidad y la brecha de género en América Latina.
América Latina tiene una de las tasas más altas de participación laboral femenina a nivel mundial, con las mujeres constituyendo la base para el desarrollo económico regional. Por otro lado, en la región se observa una tendencia creciente de las tasas de obesidad y sobrepeso, afectando de sobremanera especialmente a las mujeres y con un mayor énfasis en las mujeres rurales. Esto se da particularmente por la reducción de la movilidad y la actividad física, lo cual está influenciado por las condiciones de vida sedentaria a la que se ven sujetas muchas mujeres en el ámbito rural. Por su parte los hombres presentan una mayor movilidad, aunque también son afectados por patrones sedentarios en el medio urbano o semi-urbanizado. Una consecuencia de la alta participación de las mujeres en el mercado laboral es que está relacionada a menudo con menos tiempo disponible para tareas domésticas, y combinado con roles de género tradicionales que no se han adaptado a estos cambios en los ritmos laborales, ha obligado a las familias a adoptar opciones de más conveniencia para la alimentación.
Esta situación de participación creciente de la mujer en el mercado laboral en América Latina, ha popularizado la adopción de las comidas preparadas o alimentos pre-hechos, así como el alto consumo de alimentos procesados de larga vida que comparativamente incurren en menos costo (en cuanto a tiempo y dinero) en contraposición de que aquellos identificados como alimentos frescos y naturales. Estos cambios en las dietas se han visto reflejados no tan solo en crecientes tasas de obesidad y sobrepeso en la región, sino también en la morbilidad y mortalidad de enfermedades asociadas, tales como diabetes, cardiopatías y otras enfermedades no transmisibles, con efectos discernibles de acuerdo a género, raza, nivel socioeconómico y lugar de residencia.
Dado el rol fundamental que ocupan las mujeres en el sistema alimentario tanto desde la oferta, así como la demanda, y la creciente transformación del mismo , es relevante examinar la variedad de roles que desempeñan las mujeres a través del sistema y cómo estos roles impactan su salud y su nutrición en particular.
La región ha experimentado un proceso de feminización en la agricultura, acompañando las tendencias generales de participación laboral pero también como consecuencia de la migración de los hombres del campo a la ciudad. Se estima que en la actualidad hay 59 millones de mujeres viviendo en áreas rurales, lo que representa aproximadamente el 48% de la población rural total. Esto se da por la migración del hombre en busca de empleo como jornalero, lo cual deja a las mujeres con las responsabilidades de la explotación (agrícola o pecuaria) además de las habituales tareas del hogar. Es decir que la ausencia de los hombres en las áreas rurales tiene como consecuencia la sobrecarga laboral de las mujeres quienes ya están afectadas por la llamada economía del “cuidado” lo cual implica hacerse cargo de los niños, los adultos mayores y las actividades comunitarias.
A pesar de la situación por la que atraviesa un gran porcentaje de mujeres rurales los estimados de la participación laboral femenina en la agricultura varía ampliamente entre los países. Tradicionalmente, las mujeres se desempeñan en huertos y producción de animales para el sustento inmediato del hogar, comercializando informalmente los excesos, mientras que los hombres destinan su trabajo a la producción de cultivos extensivos (granos para exportación o industria) o ganadería con destino exclusivo al mercado. A nivel regional, el 20% de las mujeres se dedican directamente a la agricultura, aunque se sospecha que estos datos son subestimados debido a falta de estadísticas confiables y del reconocimiento del trabajo femenino en actividades agrícolas.
Además, aunque el número total de personas empleadas en la agricultura ha disminuido en América Latina y el Caribe, el porcentaje de mujeres empleadas en la industria agroalimentaria ha aumentado del 32,4% en 1990 al 48,7% en 2010. A pesar del mayor número de oportunidades laborales para las mujeres, la naturaleza estacional de estos trabajos conduce a salarios más bajos y menor seguridad laboral. Así, se observa que en Bolivia, Brasil, Uruguay y Perú, más de la mitad de la mano de obra estacional de la agroindustria son mujeres.
El creciente interés por productos asociados con la mejora en el bienestar de los productores, de los mercados de nicho en Europa y Estados Unidos ha generado una oportunidad para promover la labor agrícola femenina. Por ejemplo, actualmente , existen diversos esfuerzos para coordinar el trabajo de las mujeres productoras mediante cooperativas y asociaciones en productos agrícolas de alto valor destinados a mercados de exportación tales como el café en Perú, Brasil, Colombia, Nicaragua, México y Guatemala. El éxito de este tipo de experiencias se ha replicado con productos destinados al mercado local, por ejemplo, la producción hortícola en Guatemala fruto de la labor de las mujeres indígenas. Similarmente, mejores oportunidades en términos de salarios y beneficios se encuentran en las industrias de exportaciones no tradicionales, tales como el espárrago en Perú, flores cortadas en Colombia y Ecuador, uva en México.
La participación en muchas de estas ocupaciones está limitada por factores sociales, culturales y biológicos, como ocurre en el caso particular donde trabajadores hombres dominan las industrias que requieran mayor esfuerzo físico. En el caso de la industria pesquera, en Chile la participación laboral femenina en la industria aumentó del 7% en 2004 al 23% en 2014, mientras que la actualidad, las mujeres representan el 35% de los trabajadores en Paraguay y el 13% en Colombia. Además, aunque la producción ganadera y avícola es una de las industrias más flexibles para las mujeres ya que pueden enfocarse en animales pequeños desde casa y participar en la cadena de valor como procesadoras, a nivel de industria, existen tradiciones culturales que previenen la participación de la mujer en la industria ganadera. Esta situación, previene y desalienta a las mujeres de tener mayores oportunidades dentro de esta lucrativa industria.
A pesar del aumento de la productividad agroalimentaria y los avances tecnológicos para la comercialización, las mujeres rurales a menudo no comparten los beneficios económicos o de acceso a opciones de mejora y desarrollo como ocurre con los hombres. Patrones de aislamiento, la falta de transporte, la dependencia económica y social a los hombres jefe de la familia y los salarios más bajos en la producción no agrícola, se combinan con limitantes laborales tales como la falta de acceso a la tecnología, a la capacitación en seguridad y saneamiento, formación comercial y de financiamiento. Esto se refleja en salarios más bajos, inseguridad laboral y la ausencia de roles de liderazgo, lo que resalta la vulnerabilidad de las mujeres rurales a nivel económico y social.
Por otro lado, las mujeres desempeñan un papel fundamental en muchas de las estrategias de alimentación. No tan solo en el eje puramente del hogar, sino que ellas son un soporte importante de los programas de alimentación escolar, las reuniones comunitarias y las actividades sociales (como fiestas, rituales, etc.) lo que tiene un impacto positivo en la seguridad alimentaria en toda la región. En el Caribe y la región Andina, especialmente, los programas nacionales de alimentación escolar (PAE) dependen del trabajo voluntario de las mujeres. Esta situación constituye una carga adicional en cuanto al uso del tiempo de las mujeres, añadiendo trabajo en general poco o no remunerado. Sin embargo, los programas escolares o sociales con presencia femenina han tenido, en general, un impacto positivo en la adopción de alimentos más saludables no solo para los niños, sino también para el personal escolar, los grupos de jóvenes, los grupos de mujeres y también grupos como cooperativas, etc.
Algunos programas, involucran a las mujeres como productoras de alimentos, aprovechando cultivos autóctonos pero poco utilizados comercialmente. Por ejemplo, en Bolivia en coordinación entre la FAO y el Gobierno Nacional, se brinda capacitación en gestión de la salud, nutrición básica y procesamiento de alimentos a nivel nacional mediante un esquema enfocado en el sistema agroalimentario y la producción familiar, alrededor de la producción de camélidos y quinua. Esta iniciativa se acompañó de actividades para establecer opciones de acceso a créditos para mujeres que desarrollen actividades en el sector productivo, por lo que además de beneficiar los programas de alimentación escolar, esta iniciativa facilitó que grupos de madres organizadas a nivel municipal comercialicen el excedente de quinua en el mercado local, en vez de destinarlo a la exportación con la pérdida asociada de consumo a nivel local.
Así, al convertir a las mujeres en participantes activas en la nutrición de sus hijos, las mujeres ayudan a garantizar que las estrategias de alimentación incorporen el conocimiento y los productos locales en la salud de sus comunidades. Además, a medida que aumenta la participación de las mujeres en estos planes comunitarios de alimentación, se observa que también aumenta la seguridad alimentaria y la salud general de sus comunidades locales.
La participación de las mujeres en los sistemas alimentarios es parte integral del valor nutricional de las comidas y productos disponibles para las comunidades de América Latina. Sin embargo, los patrones de discriminación que afecta a las mujeres en las industrias agroalimentarias, la falta de capacitación empresarial y la participación en diferentes tipos de trabajo impactan cómo las mujeres influyen en la salud y la alimentación de sus comunidades y familias. Desde la continua urbanización de América Latina, los gobiernos deben prestar mayor atención a las mujeres y su papel en la promoción de hábitos saludables desde el hogar a la agroindustria alimentaria que afectan a la población en general.
Actualmente muchos estudios simplifican en general cómo el uso del tiempo de las mujeres ha contribuido a una mayor obesidad en la región. Sin embargo, un profundo estudio de los roles de las mujeres en la producción y distribución de alimentos ofrece una visión mucho más congruente y de los modos en los cuales la ausencia de una visión de género impacta la seguridad alimentaria a nivel local y global.
This post is part of a series of blogs in support of the #MujeresRurales campaign, within the framework of the initiative “Rural women, women with rights,” coordinated by the Food and Agriculture Organization of the United Nations (FAO). The following post stems from the 1st Working Paper from the Latin America program, “Food Systems, Obesity and Gender in Latin America” by Patricia Biermayr-Jenzano. The document illustrates the different roles, opportunities and particular obstacles that women perform and face in the different areas of the food system, from their position as producers as well as consumers.
With more than half of the population of Latin America affected by overweight (58%) and a quarter (23%) by obesity patterns, Latin America is going through an unprecedented health crisis generalized throughout the region (FAO 2017). This disease affects more frequently women than men. In general, the region faces what is known as the triple burden of malnutrition: in addition to overweight and obesity, there are also problems of malnutrition and micronutrient deficiencies. This blog discusses some of the existing links connecting the food system, trends in overweight and obesity, and the gender gap in Latin America.
Latin America has one of the highest rates of female labor participation worldwide, with women constituting the basis for regional economic development. In the region, as well, the growing trend in obesity and overweight rates, especially affects women and with a greater emphasis, rural women. This is particularly due to the reduction of mobility and physical activity, which is influenced by the sedentary living conditions to which many women in rural areas are subjected. For their part, men show greater mobility, although they are also affected by sedentary patterns in urban or semi-urban areas. One consequence of the high participation of women in the labor market is that it is often related to less time available for domestic tasks, and combined with traditional gender roles that have not adapted to these changes in work time use, it has forced families to adopt more convenient food options.
The increasing participation of women in the labor market in Latin America has, thus, favor the adoption of prepared meals or pre-made foods, as well as the high consumption of long-lived processed foods that comparatively incur less cost (in terms of time and money) as opposed to those identified as fresh and natural foods. These changes in diets have been reflected not only in increasing rates of obesity and overweight in the region, but also in the morbidity and mortality of associated diseases, such as diabetes, heart disease and other non-communicable diseases, with discernible effects according to gender, race, socioeconomic status and place of residence.
Given the fundamental role that women occupy in the food system, both in terms of supply and demand, and its growing transformation, it is relevant to examine the variety of roles that women play through the system and how these roles impact their health and nutrition in particular.
The region has experienced a process of feminization in farming, accompanying the general trends in labor participation but also as a consequence of the migration of men from the countryside to the city. It is estimated that there are currently 59 million women living in rural areas, which represents approximately 48% of the total rural population. This is due to the migration of men in search of employment as day laborers, which leaves women with the responsibilities of the farm (agricultural or livestock) in addition to the usual household tasks. In other words, the absence of men in rural areas has as a consequence the work overload of women who are already affected by the so-called “care” economy, which implies taking care of children, the elderly and community activities.
Despite the situation experienced by a large percentage of rural women, estimates of female labor force participation in agriculture vary widely between countries. Traditionally, women work in crops and animal production for the immediate sustenance of the household, informally commercializing the excesses, while men dedicate their work to the production of extensive crops (grains for export or industry) or livestock exclusively destined to the market. At the regional level, 20% of women are directly engaged in farming, although it is suspected that these data are underrated due to the lack of reliable statistics and recognition of female work in agricultural activities.
Furthermore, although the total number of people employed in agriculture has decreased in Latin America and the Caribbean, the percentage of women employed in the agri-food industry has increased from 32.4% in 1990 to 48.7% in 2010. Despite the increased number of job opportunities for women, the seasonal nature of these jobs delivers lower wages and less job security. In Bolivia, Brazil, Uruguay and Peru, more than half of the seasonal labor force in agribusiness are women.
The growing interest in products associated with improving the well-being of producers in niche markets in Europe and the United States has created an opportunity to promote female agricultural labor. For example, currently in Peru, Brazil, Colombia, Nicaragua, Mexico and Guatemala, there are various efforts to organize the work of women producers through cooperatives and associations in high value agricultural products destined for export markets such as coffee. The success of this type of experience has been replicated with products destined for the local market, as it is happening in Guatemala, with horticultural production from indigenous women. Similarly, better opportunities in terms of wages and benefits are found in non-traditional export industries, such as asparagus in Peru, cut flowers in Colombia and Ecuador, and grapes in Mexico.
Participation in many of these occupations is limited by social, cultural and biological factors, as in the particular case where male workers dominate the industries that require greater physical effort. In the case of the fishing industry, in Chile female labor participation in the industry increased from 7% in 2004 to 23% in 2014, while at present, women represent 35% of workers in Paraguay and 13% in Colombia. In addition, although livestock and poultry production is one of the most flexible industries for women since they can focus on small animals from home and participate in the value chain as processors, at the industry level, there are cultural traditions that prevent the participation of women in the livestock industry. This situation, prevents and discourages women from having greater opportunities within this lucrative industry.
Despite the increase in agri-food productivity and technological advances for marketing, rural women often do not share the economic benefits or access to improvement and development options as do men. Patterns of isolation, lack of transportation, economic and social dependence on male heads of the family, and lower wages in non-agricultural production, are combined with labor constraints such as lack of access to technology and training in safety and sanitation, as well as financial education. This is reflected in lower wages, job insecurity and the absence of leadership roles, which highlights the vulnerability of rural women economically and socially.
On the other hand, women play a fundamental role in many of the feeding strategies. Not only in the purely household axis, but they are an important support of school feeding programs, community meetings and social activities (such as parties, rituals, etc.) which has a positive impact on food security throughout the region. In the Caribbean and the Andean region, especially, school feeding national programs (PAE) depend on the free work of women. This situation constitutes an additional burden in women's time use, adding generally low or unpaid work. However, school or social programs with a female presence have, in general, had a positive impact on the adoption of healthier foods not only for children, but also for school personnel, youth and women’s groups, and also groups like cooperatives, etc.
Some school feeding programs also involve women as food producers, taking advantage of indigenous crops but little used commercially. For example in Bolivia, through coordination between FAO and the National Government, training is provided in health management, basic nutrition and food processing at the national level through a scheme focused on the agri-food system and family production, around the production of camelids and quinoa. This initiative was accompanied by activities to establish options for access to credit for women who develop activities in the productive sector, so that in addition to benefiting school feeding programs, it facilitates groups of mothers organized at the municipal level to commercialize the surplus of quinoa in the local market, instead of being destined for export with the associated loss of consumption at the local level.
Therefore, by making women active participants in the nutrition of their children, women help to ensure that feeding strategies incorporate local knowledge and products into the health of their communities. Furthermore, as women's participation in these community feeding plans increases, it is observed that the food security and general health of their local communities also increase.
Women's participation in food systems is an integral part of the nutritional value of the foods and products available to communities in Latin America. However, the patterns of discrimination that affect women in the agri-food industries, the lack of business training, and participation in different types of work impact how women influence the health and nutrition of their communities and families. Since the continuous urbanization of Latin America, governments must pay greater attention to women and their role in promoting healthy habits from the home to the food industry that affect the general population.
Currently many studies generally simplify how women's time use has contributed to increased obesity in the region. However, an in-depth study of women's roles in food production and distribution offers a much more consistent view and ways in which the absence of a gender vision impacts food security at the local and global level.
Patricia Jenzano-Biermayr is an Adjunct Professor at the Center for Latin American Studies (CLAS) at Georgetown University. Florencia Paz is a Research Analyst in the Markets, Trade and Institutions Division at the International Food Policy Research Institute (IFPRI).
Photo credit: Neil Palmer/CIAT
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